La captura y almacenamiento de carbono resulta clave para reducir el impacto de aquellas centrales a base de combustibles fósiles que todavía les quedan varias décadas para finalizar su vida útil.
La certeza de que el planeta va convivir con el consumo de combustibles fósiles para la generación eléctrica, por lo menos hasta el 2050, lleva a que el mercado energético piense constantemente en modos de ralentizar el paso inquietante del calentamiento global. El desarrollo creciente de la capacidad instalada de fuentes renovables es quizás de las alternativas en la que mayor foco se pone, sin embargo, la Captura y Almacenamiento de Carbono (CCS, por sus siglas en inglés) es una nueva tecnología que resulta indispensable para disminuir el impacto de las centrales termoeléctricas.
Julián Tuccillo, miembro del Comité Argentino del Consejo Mundial de Energía, habla de “patrones insostenibles” en materia de emisiones de GEI y de una “inercia enorme” por parte del ser humano al momento de repensar su matriz energética, que en cuanto a la generación eléctrica hoy sigue dependiendo en más de un 60% de los fósiles (carbón, gas y combustibles líquidos). Como contó EOL semanas atrás, según un informe de la Agencia Internacional de Energía (IEA), las emisiones de CO2, lejos de verse pausadas por la pandemia, en diciembre de 2020 incrementaron a nivel mundial un 2% respecto al mismo mes del 2019.
Frente a este escenario, la implementación de la CCS “es una tecnología que tiene mucho potencial de desarrollo y que concretamente puede resolver un problema que estamos teniendo y que es el de quitar el exceso de emisiones que hay en la atmósfera”, entiende Tuccillo.
Por su parte, María Ginestet, quien fue responsable de equipamiento y servicios para la generación de Energía Térmica, Eólica e Hidroeléctrica en la compañía Alstom y hoy se desempeña en la firma Patagonia Supply, subraya que este tipo de tecnologías para capturar el CO2 y así evitar que vaya a la atmósfera es una posible solución a evaluar, cuando “casi el 40% de la generación eléctrica a nivel mundial es con carbón”. Remarca que muchas de plantas termoeléctricas que hoy funcionan son nuevas, por lo tanto, seguirán funcionando por varias décadas hasta agotar su vida útil. “Incluso – advierte– hay países que dicen que son libres de generación a través de termoeléctricas, pero importan la energía eléctrica de países vecinos, en los que la generación es a base de carbón, por ejemplo, Polonia”.
La implementación de este tipo de tecnología en sí consiste esencialmente en capturar el CO2 por parte de centrales termoeléctricas o plantas industriales, que luego se comprime para poder ser transportado y, en última instancia, ser almacenado en forma permanente o reutilizado mediante distintos tipos de técnicas. El proceso de captura puede desarrollarse de tres maneras posibles, que son la postcombustión, oxycombustión y precombustión.
“Los dos primeros procesos se pueden utilizar en plantas existentes, mientras que el proceso de precombustión es para plantas nuevas. La cuestión es que hay muchísimas plantas relativamente nuevas y que tienen una vida útil de 30 años”, explica Ginestet, con un último dato en el que recae para marcar la aún alta dependencia del carbón para la generación de electricidad en muchos rincones del mundo.
Para el caso argentino debemos remitirnos al gas en vez de al carbón, mucho menos contaminante y entendido como uno de los elementos fundamentales para recorrer el paso a las renovables, pero cuya combustión no deja de generar emisiones de dióxido de carbono. “Hay que pensar cómo reutilizar el dióxido de carbono en la industria petrolera u otras industrias, siempre y cuando Argentina sea un país gasífero. A medida que avance la legislación va a haber que modernizar las plantas, y parte de la modernización son estos sistemas de captura”, dice Ginestet. Al día de hoy, Argentina no cuenta con tecnología de CCS aplicada a sus centrales y, según considera ella, no es un tipo de proyecto que esté en la agenda energética del país por sus altos costos.
Necesidad de disminución de los GEI
Según el SpecialReporton Global Warmingof 1.5 Degrees Celsius, del Global CCS Institute, un 90% de los escenarios barajados para limitar el calentamiento global implica que la captura de carbono alcance, como mínimo, los 3.6 Gt para el año 2050.
El volumen de dióxido de carbono capturado, según el registro del 2020, fue de 40 millones de toneladas anuales. A nivel global, la captura de carbono y la capacidad de almacenamiento creció un 33% entre 2019 y 2020. El instituto estima que para fin de siglo habrá cerca 1200 gigatoneladas de CO2 capturados, transportados y almacenados.
De acuerdo a lo registrado por el GCCSI, en 2020, fueron identificados 26 proyectos en operación que están realizando captura, transporte y almacenamiento de dióxido de carbono alrededor del planeta, de un total de 65 proyectos comerciales que están en distintas etapas de desarrollo.
Alternativas de almacenamiento
Cuando hablamos de tecnología CCS, estamos hablando de proyectos capital intensivos, o sea de cientos de millones, a veces miles, si se trata de proyectos de gran escala, que apenas decenas de países están llevando adelante, como Estados Unidos, China, Australia, Noruega y Canadá. En Sudamérica, Brasil es el único país que está desarrollando este tipo proyectos.
Si bien es una práctica que hoy parece de vanguardia teniendo en cuenta el relativamente escaso desarrollo a nivel mundial, la inyección de carbono en el subsuelo data de 1972 para la recuperación terciaria en pozos petrolíferos en Estados Unidos. En definitiva, se trata de una tecnología madura que viene con años de experiencia.
El almacenamiento puede ser utilizado para inyectar el CO2 capturado en pozos depletados, así como también puede ser almacenado en forma permanente en el subsuelo y en el lecho marino. No se trata de una estructura construida por el ser humano, sino que el dióxido se puede almacenar en la misma roca en la que se alojó originalmente el hidrocarburo. Ésta tiene que contar con una porosidad y permeabilidad adecuadas. Rocas que abundan en el planeta, pero cuya exploración, registro y clasificación requiere grandes inversiones.
Dentro de los proyectos de almacenamiento en el mar, se puede hacer mención a los casos de Noruega, que, desde 1996, a través de una plataforma offshore, inyecta un millón de toneladas al año. Mientras que, en Brasil, se utilizan grandes plataformas flotantes que, con tecnología de GPS y más allá de las condiciones climáticas, logran ubicarse en el punto exacto para realizar la inyección y almacenamiento del CO2.
Por otro lado, existe el potencial de almacenamiento de las formaciones salinas que, de acuerdo lo que explica el Global CCS Institute en su último reporte, a raíz de que “tienen un valor económico que es nulo o bajo, prácticamente no ha habido inversión para explorar su potencial de almacenamiento. Hay una necesidad urgente de que los gobiernos establezcan programas que valúen las formaciones salinas del mismo modo que se hizo con formaciones de gas y petróleo”.
Además, Chris Consoli, consultor senior del GCCSI, explica que la inyección y almacenamiento del CO2 en el subsuelo no tiene nada que ver con el fracking, como algunos podrían llegar a pensar. “En CCS, no se fractura la roca, no necesitamos hacerlo. No hay ningún tipo de similitud entre ambas actividades”, dice.
Tuccillo sostiene que hoy en día, “con la presión de corto plazo que tenemos, es una solución de la cual podemos hacer uso, pero siempre teniendo claro la visión de movimiento de timón a largo plazo”. Esto quiere decir que el disponer recursos para la captura de carbono no lleve a desatender que el desarrollo de las renovables para la preservación de cientos de ecosistemas en el planeta es ineludible.
La cuestión de fondo, remarca él, es que no podemos estar sesgados hacia una sola fuente de combustible, “que es finita, tiene impacto ambiental y no es renovable. Atacar la causa sería diversifica la matriz a través de las renovables. Eso es un trabajo de largo plazo, pero en el corto plazo cualquier acción es bienvenida”.
Por Santiago Berisso