Al hablar de energía nos referimos habitualmente a aquello que hace funcionar nuestros vehículos, electrodomésticos, la luz de nuestros hogares y hasta nuestros celulares. Sin embargo, la energía nos rodea incluso cuando no la vemos: muchos de los productos que consumimos y utilizamos de manera cotidiana requirieron de algún tipo de energía para ser fabricados.
En este sentido, existen muchísimos tipos de energía: cinética, potencial, alternativa, solar fotovoltaica, solar térmica, eólica, nuclear, entre otras. Todas tienen su origen en lo que se conoce como fuentes de energía primaria presentes en los recursos naturales como el viento, el carbón, el petróleo, el gas natural, el sol o el agua.
La energía proveniente de esas fuentes debe ser transformada para que podamos consumirla en forma de electricidad o combustible. Y en esta transformación, no solo se pierde un poco de la energía original, sino que, además, tanto durante el proceso de generación de energía secundaria como en su transporte, se generan grandes impactos en el ambiente, en la sociedad y en la economía. Por eso es tan importante hacer un uso eficiente de la misma e intentar migrar cada vez más hacia lo que se conoce como energías renovables.
Al día de hoy, más del 80% de nuestra matriz energética depende de los combustibles fósiles. Por tanto, pese a que el porcentaje de renovables ha crecido en los últimos años, aún estamos lejos de alcanzar los objetivos previstos por la actualización de la ley vigente.
Situación en Argentina. En septiembre del 2015 el Congreso Nacional sancionó un proyecto de ley (27.191) que modifica la ley 26.190 sancionada en 2006 (Régimen de Fomento Nacional para el Uso de Fuentes Renovables de Energía). Entre otras cuestiones, la actualización que se reglamentó en 2016 fijó nuevas metas con objetivos a corto y largo plazo: alcanzar el 8% de fuentes renovables al 31 de diciembre de 2017 (primera etapa) y una contribución del 20% al 31 de diciembre de 2025 (segunda etapa). A la vez, propuso la adaptación y mejora del marco regulatorio para fomentar la participación de las energías renovables y diversificar la matriz energética nacional.
Qué son las EERR. Las energías renovables tienen su origen en recursos naturales que se consideran inagotables, ya sea por su cantidad -como el sol- o porque se renuevan rápidamente -como los biocarburantes-. Se caracterizan por no utilizar combustibles fósiles –como sucede con las energías convencionales-, sino recursos capaces de renovarse ilimitadamente.
Su impacto ambiental es menor que el de las energías no renovables dado que, además de no emplear recursos finitos, en su gran mayoría no generan gases de efecto invernadero durante la producción de energía. Sin embargo, esto no quiere decir que no generen impactos socioambientales en otras etapas de sus procesos.
Entre sus beneficios se consideran la diversificación de la matriz energética del país, el fomento a la industria nacional, el desarrollo de las economías regionales y el impulso al turismo, entre otras. Podría entenderse entonces que, en términos de sostenibilidad y eficiencia, las energías renovables tienen muchísimo mayor potencial que las convencionales.
Energías renovables existentes. Las principales fuentes que pueden considerarse en esta categoría son las siguientes:
Eólica. Aquella que aprovecha la energía cinética del viento y la convierte en energía mecánica o eléctrica. Se genera a partir de molinos y aerogeneradores como los que se encuentran en los parques eólicos instalados principalmente en el sur de nuestro país (Santa Cruz, Chubut, Río Negro y sur de la provincia de Buenos Aires), región que concentra el mayor potencial eólico de Argentina.
Solar. Aprovecha la radiación proveniente del sol para convertirla en calor o electricidad mediante energía fotovoltaica o térmica. La primera aprovecha los fotones de la luz del sol para generar electricidad a través de paneles fotovoltaicos; la segunda, se vale directamente del calor de los rayos del sol mediante el empleo de colectores térmicos.
Hidroeléctrica. Convierte la energía cinética y el potencial gravitatorio del agua en energía mecánica que finalmente es transformada en eléctrica mediante el funcionamiento de turbinas. En el mundo es la fuente renovable más utilizada y contempla tanto a los aprovechamientos llamados “de acumulación” (agua embalsada por un dique) como a los denominados “de paso” (o de agua fluyente). Otro tipo de energía renovable vinculada al agua es la mareomotríz. En este caso, aprovecha la fuerza de las mareas de los océanos para generar electricidad, pero su uso es mucho menos frecuente.
Geotérmica. Se vale del calor del interior de la tierra para generar electricidad o calefacción. Solo puede obtenerse en algunos lugares del planeta que tengan las condiciones geológicas adecuadas, también llamados “yacimientos geotérmicos”. En Argentina se cuenta con al menos 4 puntos de interés geotérmico para generar energía eléctrica: dos de ellos en la provincia de Neuquén, otro en Jujuy y el cuarto la provincia de San Juan.
Biomasa. Se basa en la quema de residuos orgánicos para obtener electricidad o calor. Abarca una variada serie de fuentes energéticas: desde la combustión de la leña para calefacción hasta las plantas térmicas que utilizan como combustible residuos forestales, agrícolas, ganaderos, el biogás de los vertederos o los lodos de depuradoras, y los biocombustibles. En algunas comunidades puede ser la única forma de acceder a la energía.
El panorama a futuro. Actualmente tanto el país como el mundo se enfrentan a un doble desafío: por un lado, abastecer la demanda energética de una población en constante crecimiento; por otro, hacerlo mediante energía segura y accesible que incorpore soluciones a la problemática del cambio climático. Para tal fin, las energías provenientes de fuentes renovables tendrán un papel primordial.
Considerando la importancia estratégica que tiene la energía para el desarrollo productivo de los países y para la vida diaria de las personas, resulta necesario y urgente analizar, adaptarse y comprometerse a incorporar soluciones sostenibles que permitan afrontar los desafíos tecnológicos, ambientales y económicos de los próximos años.
Desde el lugar de ciudadanos deberemos hacer el uso más responsable y eficiente posible de este recurso y, a la vez, exigir al estado el establecimiento de acciones que permitan acercarnos a las metas definidas para el 2030. Fuente: Perfil.
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