Argentina es una gran plataforma fotosintética que produce alimentos de calidad cuidando las bases estructurales de la misma: calidad y heterogeneidad de suelos y climas, dotación de agua dulce, nutrida biodiversidad, el stock y calidad de la genética animal y vegetal, capacidades científicas básicas en ciencias de la vida (tres premios Nobel), la calidad de la atmósfera y la sociedad; todo sustentado en una red de emprendedores, investigadores y funcionarios proactivos y modernos.
Esta fotosíntesis sustentable es base de una Bioeconomía que valoriza económicamente otros servicios ecosistémicos, genera una agricultura sustentable que permitiría desarrollar una industria inteligente y servicios e insumos para la salud humana y otras biorremediaciones.
Las complejidades crecientes a medio y largo plazo requieren un desarrollo sustentado en bases científicas que contribuyan al logro de los objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de Naciones Unidas, al Plan Estratégico del IICA y a las demandas al 2050 que requerirán al menos 50% más alimentos, forrajes, bioenergía.
A escala global este desafío planteado no debería ser imposible; incrementos muchos más altos en la producción fueron logrados en un pasado, tomando como referencia al período 1961-2011 el output agrícola global se triplicó en base a agregar ciencia en la producción, aunque hoy hay indicios de desaceleración en inversiones en ella y en avances productivos.
Según datos de la FAO, alrededor del 25% de los suelos agrícolas están degradados. El agua dulce y el aire amenazados en muchos territorios. Cambio Climático, emisiones de gases de efecto invernadero, deterioro de recursos, migraciones y pobreza son temas relevantes e interconectados para tratar en forma inmediata y global.
Entre las herramientas para paliar esta problemática la FAO plantea soluciones en base a la agricultura climáticamente inteligente, la agroecología y la agricultura de conservación (o siembra directa como es conocida en Argentina). La siembra directa ha sido bien estudiada, se ha documentado que permite incrementar rendimientos de los cultivos entre un 25-40%, disminuir el uso de combustibles fósiles hasta un 66% por ha y 80% por tonelada e incrementar la eficiencia de uso del agua hasta un 60%, mejorando la productividad total de los factores en la ecuación agrícola.
Hay datos que muestran hasta una duplicación del rendimiento por milímetro llovido. Su adopción a nivel global es del 11% según el último reporte de la FAO para 2017 en el 7th World Congress on Conservation Agriculture cuya sede fue nuestro país, siendo para Argentina según estimaciones de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, en 2018, del 93% de adopción.
Sin embargo, hay datos que muestran la perdida de nutrientes en nuestros suelos que requieren de un seguimiento constante y estrategias público-privadas que monitoreen aspectos ambientales relevantes. En el camino también hay que educar a nuestra población en hábitos de consumo más saludables, ya que hay condiciones para que Argentina además de ser parte de la seguridad alimentaria global sea localmente una plataforma de alimentación saludable.
Desde entonces y con la mejora en las rotaciones, incorporación creciente de cultivos de servicios, agtech e innovación institucional es que el país no sólo reafirma su compromiso con una agricultura capaz de contribuir a la seguridad alimentaria mundial preservando e incluso mejorando los recursos naturales haciendo un aprovechamiento inteligente de los mismos, aportando biomoléculas útiles para diferentes usos.
El desafío es generar un intangible que mostrando un modo argentino de producir, a partir de datos objetivos, configuren en la mente del consumidor un acercamiento a una naturaleza virtuosamente intervenida con productos de calidad y que reflejan mecanismos de mercado que nos permita capturar esta serie de “externalidades positivas” bajo una marca, un sistema de bonos u otro que nos permita sumar al producto el mensaje de “sustentable” a modo de lograr un diferencial en el precio de nuestros alimentos, bebidas, bioenergías y otros tantos productos derivados de la bioeconomía argentina, cuyo atributo distintivo es nada menos que la sostenibilidad, ambiental, económica y social. Esto mismo podría ser un distintivo a escala sudamericana que Argentina proponga en los ámbitos correspondientes. Según la nota de Clarín, con información de Mitre y el Campo.