El mundo se enfrenta al fin del ciclo económico basado en el petróleo como base de su matriz energética e industrial y surge la necesidad de encontrar alternativas a ese modelo. El fin del petróleo como principal fuente de energía no responde a una limitación de la oferta, sino a otros aspectos como el creciente deterioro de los recursos naturales y el cambio climático, que comienzan a dejar de dar sustento al modelo.
Hace algunos años el Club de Roma advertía sobre los límites al crecimiento en el modelo actual y se preguntaba cuál sería la alternativa al petróleo, pero faltaba una respuesta consistente. En los últimos tiempos gracias a la tecnología se pudo generar una alternativa. La bioeconomía se encuentra en el centro de la cuestión y por esta razón el tema se ha instalado como una opción viable y, en muchos casos como el nuestro, convergente con la naturaleza de nuestros recursos y capacidades.
Un cambio en la base científico-tecnológica y en los sistemas productivos
Los avances en la biología – la ciencia del siglo XXI, como la física y química lo fueron del siglo XX – han cambiado sustancialmente lo que los recursos biológicos pueden aportar a la economía, abriendo espacios hasta hoy impensados. Y no se trata, solo de las nuevas tecnologías, las innovaciones de “punta” son también nuevas formas de utilización más eficiente e integral de la biomasa, un recurso abundante, que hoy se explota solo parcialmente.
Es en cierta medida la “biologización” de la economía, agregando intensidad de conocimientos a la actividad económica, haciendo que esta, incluso, replique los procesos de la naturaleza y evolucione, en consecuencia, hacia esquemas más sostenibles. Esto es un profundo cambio de paradigma respecto a las restricciones a la producción; mientras que, en la economía basada en la producción industrial en base a materiales fósiles, la restricción es la disponibilidad de recursos, en un modelo de desarrollo pensado desde la visión de bioeconomía la restricción está más del lado de como los usamos y en los avances tecnológicos y su impacto en la eficiencia ambiental de los procesos productivos.
Se está pasando de un sistema técnico productivo a otro, donde el conocimiento tiene igual o más valor que el capital y el trabajo. La bioeconomía puede pensarse entonces como una entrada al amplio universo del conocimiento.
A nivel global el cambio ya esta en marcha
A nivel global, el cambio ya empezó. Las economías del futuro estarán basadas crecientemente en los recursos y energías renovables y para el 2070 solo el 20% de la energía industrial en el mundo provendrá de recursos fósiles; asimismo, todos los días se amplía el portfolio de productos bio-basados que llegan al mercado en casi todos los sectores de la economía, incluyendo no solo los sectores directamente vinculados a la biomasa, sino también en otros como la salud y la recreación, áreas crecientemente importantes en las sociedades modernas.
En lo político esto se refleja en que, en los últimos años, mas de 40 países han establecido estrategias formales para empezar a avanzar en la transición hacia la bioeconomía.
Una opción estratégica para la Argentina
En este contexto, la bioeconomía es una inmensa oportunidad para nuestro país. La Argentina no solo es un gran productor de biomasa (toda la materia orgánica de origen vegetal o animal susceptible de ser aprovechada) – lo que en lo concreto se expresa en el papel que desempeña en el mercado mundial de alimentos, así como en el rápido crecimiento de las bioenergías en los últimos tiempos – sino que también cuenta con alta capacidades en ciencia, tecnología, donde ya es líder en lo que hace al uso de la biotecnología para el mejoramiento de la producción – tanto en la agricultura como en la salud – en lo que se ha dado en llamar la intensificación agrícola sustentable. Cuenta también con una extendida base empresarial que ya ha probado poder hacer frente a los procesos de innovación que implicaría moverse hacia un nuevo paradigma.
Todos estos factores hacen que la Argentina sea un participante estratégico en la discusión global sobre el futuro de la bioeconomía, papel que ya ha venido desempeñando a través de distintos mecanismos en los últimos años, pero más importante es como esos factores representan una inmensa oportunidad para que el país reformule la forma en que se inserta en mundo como vendedor de commodities; un modelo que fue útil a partir de fines del siglo XIX y sirvió para hacernos unas de las principales economías del mundo, pero que hace ya tiempo que no produce los recursos suficientes para satisfacer las expectativas de bienestar de nuestra sociedad actual.
Desde hace décadas ya, la discusión sobre el desarrollo de la Argentina ha oscilado entre la agricultura (muy competitiva) y la industria (menos competitiva), y así se ha perdido la oportunidad de llevar a cabo una estrategia nacional de desarrollo económico. La bioeconomía propone dejar atrás esa inútil dicotomía y se construye sobre las potenciales sinergias entre la agricultura y la industria, aprovechando los conocimientos, la tecnología y la educación para movilizar esa transición.
Una transición que demanda una nueva visión geopolítica para nuestras estrategias productivas
Entrar en estos nuevos escenarios, no es una transición fácil ni carente de limitantes a resolver. El mundo del conocimiento no es uno que venga acompañado de una re-distribución automática del ingreso, existe el claro peligro de que se genere una mayor desigualdad y polarización. Avanzar sobre la agregación de valor – por caso, pasar de ser el granero del mundo al supermercado del mundo – puede ofrecer oportunidades, pero siempre limitadas a una evolución sobre la actual trayectoria. La bioeconomía ofrece las bases para resolver estas limitaciones ya nos plantea una trayectoria estratégica diferente a la actual. Para avanzar en concretar ese potencial será necesario generar una nueva visión de estructura productiva coherente con esa nueva trayectoria.
En un país como la Argentina, caracterizado por su extensión y diversidad en cuanto a recursos naturales, económicos y culturales, no es posible pensar en una bioeconomía. Muy por el contrario, independientemente de que una visión englobadora común, se debe pensar en varias bioeconomías, las oportunidades y posibilidades no son las mismas en la Patagonia, que, en la región central, Cuyo, el NEA o el NOA.
Esta diversidad lejos de ser una limitación representa un aspecto a aprovechar en cuanto a mejorar la territorialidad de la actividad económica, hoy desequilibrada, y uno de los principales factores desencadenantes de los procesos de migración interna provocada por la falta de desarrollo de las economías regionales. Las dificultades logísticas que plantea la movilización de grandes volúmenes de biomasa hacen a la industria de la biomasa federal por naturaleza. La bioeconomía es un potente instrumento para promover un desarrollo territorial resiliente y representa un claro desafío geopolítico porque solicita un plan ambicioso de ordenamiento territorial de la nación.
Una reciente encuesta de la OCDE señala que la mayor parte de los jóvenes rurales tiene expectativas de que su primer empleo, sea uno con las características de uno calificado a nivel industrial. Hoy, esto es uno de los más importantes impulsores de las migraciones hacia las zonas urbanas y el empobrecimiento de las áreas rurales, y un tema específico que resalta el potencial de la bioeconomía como instrumento para hacer frente a algunos de los aspectos más prioritarios de nuestra agenda social. Por otra parte, promoviendo un desarrollo productivo sólido y perenne, la bioeconomía generará una amplia oferta laboral, la cual permitirá combatir la pobreza.
Avanzar en este sentido es un proceso que no va a suceder espontáneamente por las fuerzas del mercado, sino que requiere decisión política y planificación. Las políticas de ordenamiento territorial, inversión, innovación, promoción industrial, infraestructura y comercio exterior son, entre otros, algunos de los aspectos que se deberán encarar en la transición; esto resalta la multisectorialita de la bioeconomía y la necesidad de mecanismos de diseño y gestión de políticas que reflejen esa característica.
La Argentina necesita un nuevo modelo de desarrollo y el concepto de bioeconomía tiene el potencial de permitirle generar uno bajo un paradigma propio. La bioeconomía no es una idea asociada a una ideología o un sector político; es un concepto que refleja tanto los nuevos escenarios globales, como las necesidades u oportunidades del país actual, y ofrece la posibilidad de avanzar en reducir los actuales niveles de pobreza consecuencia de la perdida de eficacia de la estrategia productiva que el país ha seguido en las últimas décadas. En este sentido un modelo de desarrollo desde la visión de la bioeconomía enfatizaría
- La ciencia, la tecnología y la educación como componentes esenciales de la trasformación social
- Un nuevo perfil productivo, donde el país deja de ser exclusivamente un proveedor commodities y avanza, con un aprovechamiento más integral de sus recursos y capacidades, en la diversificación y el desarrollo de nuevas cadenas de valor.
- La industrialización y la energía distribuida, para generar trabajo de calidad en los territorios y aprovechar una diversidad de nichos productivos
- La jerarquización de los esquemas de producción de valor agregado frente a los de producción por cantidad
- Reconocer que resolver el problema de la pobreza – la sustentabilidad social – es esencial para la sustentabilidad ambiental
Fuente: Grupo Escaleno